A pesar de lo que pueda parecer, realizar un buen resumen es una tarea que entraña una cierta dificultad y que requiere aprendizaje. En esta entrada os dejo un archivo que recoge los requisitos de un buen resumen, así como dos textos para que empecéis a ejercitaros.
La técnica del resumen
Texto 1
El primer texto es un extracto de un artículo de Javier Marías, objeto de examen en las PAU 2013 de la UIB.
Texto 2
Os propongo otro interesante texto de Vicente Verdú titulado: Hikikomori, publicado en El País en 2002, aunque de candente actualidad, pues este fenómeno se está afianzando entre los jóvenes europeos.
Podéis descargarlo también en este enlace: Hikikomori de V. Verdú
Si os interesa el tema:
"Hikikomori": perdidos en su habitación
Texto 1
El primer texto es un extracto de un artículo de Javier Marías, objeto de examen en las PAU 2013 de la UIB.
Lo
peor es que exportamos, me da la impresión, nuestras señas de identidad más
feas. Primero fue la chapuza, que se veía raramente en Inglaterra o Alemania y
en cambio ya está allí bien instalada. Ahora es el deterioro de los modales. En
mis viajes de trabajo al extranjero me encuentro con comportamientos hasta hace
no mucho impensables. Los editores que lo invitan a uno para apoyar la
promoción de un libro con su presencia superflua (pero parece que lo que hoy
importa más es la cara del autor y su cháchara, no su obra; “the singer, not
the song”, como me dijo mi amigo Eric Southworth), a menudo lo tratan a uno
fatal: le mienten, lo engañan, lo explotan, le mandan unos programas de actividades
que luego se amplían a traición hasta el agotamiento, abusan lo indecible, se
cobran su libra de carne en la piel del escritor exhausto. La prensa
“interesada” suele ser caprichosa, informal y arbitraria, pretende que uno haga
el idiota más de la cuenta y que se preste a sus ocurrencias más vejatorias.
Pero todo esto viene ya de antiguo, uno está hecho a la idea, y más en tiempos
de crisis, en los que nada le parece suficiente a nadie.
Más
novedoso me resulta lo siguiente: uno viaja de una ciudad a otra, en tren,
coche o avión, acompañado por una
persona del departamento de promoción, suele ser joven. Pues bien, esa persona,
nada más tomar asiento en el medio de transporte que sea, sin decir una
palabra, ni preguntarle a uno si le importa, saca su iPhone, su iPad o como se
llamen, le da a uno el perfil o la espalda, finge que se ha evaporado y se
enfrasca en su tuiteo, en sus SMS, en sus What’s App, su Skype o lo que sea, de
los que puede no levantar la mirada en las dos o tres horas de trayecto. Debo
decir que lo prefiero: si uno se pasa el día soltando rollos en entrevistas y presentaciones
públicas, lo último que desea es seguir hablando en los ratos muertos o libres.
Lo llamativo es que esos encargados de prensa, de los que uno es huésped, ni
siquiera hagan amago de ofrecer un mínimo de conversación, ni consulten su
preferencia, ni se disculpen por su absoluto desinterés por quien está a su
lado. Creo que no son conscientes de su descortesía, es decir, les debe de
parecer lo más natural del mundo, darán por sentado que todos llevamos iPhones
y iPads y que a todos nos atrae mucho más intercambiar mensajes-píldora con los
ausentes que departir con quien se halla presente. La verdadera conversación
pertenece al pasado, a quién le interesa.
Javier Marías, El País Semanal
Texto 2
Os propongo otro interesante texto de Vicente Verdú titulado: Hikikomori, publicado en El País en 2002, aunque de candente actualidad, pues este fenómeno se está afianzando entre los jóvenes europeos.
Fuente |
Hikikomori
Desde finales de los noventa, en Japón aumenta el
número de los hikikomori, los «enclaustrados». Esta población, formada
por adolescentes y por jóvenes entre los 20 y los 30 años, se caracteriza por
encerrarse en sus cuartos y no salir en meses. Entre los cientos de miles en
esta situación se encuentran los otaku, que ya ganaron fama llevando
hasta la exacerbación el aislamiento con los walkman. Ahora, además, se
suman especies diferentes y nuevas. Se trata, en conjunto, de criaturas pasivas
como bultos, que creen haber visto todo lo que había por ver y desdeñan cuanto
ocurra más allá de sus cuatro paredes. ¿Salir para qué? Son, en su mayoría,
hijos de empleados medios que llevan una vida media, telespectadores de
programas mediocres que compran en supermercados con descuento, veranean en
playas atestadas y duermen los domingos hasta la hora de comer. (...) Han
decidido, en fin, cambiar el exterior, rutinario y hacinado, por una vida en el
interior. Tampoco por una vida interior porque, según afirman los psicólogos,
los hikikomori eluden implicarse en una experiencia que les requeriría
desgastes y conflictos. Se enclaustran, pues, no para orar, sino para no
gastar. Para ahorrarse la vida que les caería encima si siguieran los pasos establecidos
y de cuya fatalidad procuran defenderse, mediante el antagonismo de la
indiferencia. Efectivamente, la desaparición de las utopías ha desencantado
notablemente el mundo (o la excitación por vivir), pero hasta hace poco, el
afán de hacerse famoso o comprar muchos bienes de lujo habían llenado parte del
vacío. ¿No ocurre ya así en Japón? Los hikikomori, contemplados a simple
vista, parecen vegetales y, por lo tanto, más simples que cualquier animal,
pero observados con otros ojos, su lela compostura resulta orgánicamente justa:
la clase de vida que se les ofrece, en cuanto parte de la gran masa, no merece
el precio que el sistema les reclama. De modo que una de dos: o la calidad
mejora o los hikikomori, como seres humanos, no darán más que cero de sí.
Vicente Verdú, El País.Podéis descargarlo también en este enlace: Hikikomori de V. Verdú
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"Hikikomori": perdidos en su habitación